Discrepar o reventar: AMLO y la Cumbre

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Por: Jorge G. Castañeda

Ilustración: Belén García Monroy

Se recordará que después de una votación unánime del Consejo de Seguridad en los últimos meses de 2002, que exigía nuevas inspecciones sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak y una nueva votación antes de cualquier intervención armada mandatada por el CSONU, Estados Unidos se encontró ante un dilema. No contaba con los votos necesarios en el Consejo para llegar a los nueve para una mayoría política, y además sabía que habría dos vetos seguros —Rusia y China— y uno posible —Francia— que impedirían una mayoría jurídica. Buscó afanosamente los votos de los dos miembros no permanentes latinoamericanos —México y Chile— y no lo logró. Fox y mi sucesor en la SRE, Luis Ernesto Derbez, decidieron votar en contra de una intervención militar si se llegaba a una votación; por esa y otras razones, Bush y Colin Powell desistieron de su intento de sacar una resolución de apoyo. Procedieron por su cuenta, con España y Reino Unido.

Desde octubre del año anterior, Powell y Bush se mostraban molestos por la posición de México, y dividían su apreciación en dos. Por un lado, la decisión de Fox de no apoyar, que les desagradaba indudablemente; por el otro, el cabildeo mexicano en contra de Washington y a favor de posturas contrarias a una intervención, de parte de Aguilar, que les irritaba sobremanera. Para unos, debió haber imperado la máxima de De Gaulle: con los aliados se discrepa, nunca se milita en contra. Con la postura de Fox, bastaba. Para otros, era indispensable militar activamente entre los otros 14 miembros del CSONU en contra de una resolución de apoyo a la intervención armada, y Aguilar, independientemente de sus instrucciones, hacía lo correcto.

Dejo al lector y a los historiadores determinar quién tenía razón, pero subrayo que se trataba, al final del día, en el caso de Adolfo, de un funcionario de tercer nivel (después del presidente y del canciller). La irritación norteamericana fue mayúscula, pero dentro de esos límites. Entendían muy bien las diferencias de nivel.

Dos fuentes diferentes me han comentado en Nueva York estos días que López Obrador no se limitó a no asistir a la Cumbre de Biden en Los Ángeles. Eso sin duda molestó a Washington, pero al final del día se resignaron, no sin cierto mal sabor de boca al escuchar o leer cómo cada reporte de medios sobre la Cumbre arrancaba con “el desaire de AMLO a Biden”. Pero lo que puede haberles irritado a más no poder fue que López Obrador se puso a cabildear a otros líderes latinoamericanos para que tampoco acudieran a la cita con Biden.

Me dicen que el mandatario mexicano intentó convencer al argentino de no viajar a Los Ángeles, y aunque fracasó, el lamentable discurso de Alberto Fernández atendió en parte a la petición de López Obrador. Me dicen también que trató de convencer al presidente Luis Arce de Bolivia que no enviara a su canciller a Estados Unidos, y que sólo asistiera un funcionario de la embajada boliviana en Washington, también fracasó. Por último, también reforzó la decisión de la presidenta de Honduras de permanecer en casa.

De ser ciertas, estas son palabras mayores. Ya no es un simple Permanent Representative en Nueva York militando contra el presidente de Estados Unidos. Ya es el presidente del vecino reventando la fiesta del presidente de Estados Unidos. ¿Nos van a declarar la guerra? Obviamente no, pero el agravio es de otras dimensiones a lo que hemos visto en la relación de AMLO con Biden. Encuentro una sola explicación. López Obrador ha decidido sabotear a Biden en todo lo que puede, y ayudar a que Trump vuelva en 2024 a la Casa Blanca. ¡Qué huevos!

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