Moratoria

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Por: Fernando Belaunzarán

La tragicomedia mexicana no deja de superarse. Después de denunciar penalmente por “traición a la patria” a 223 diputados que rechazaron la reforma eléctrica, cuestionan moralmente a los partidos que resolvieron ya no discutir ni aprobar las iniciativas del Ejecutivo para modificar la Constitución en lo que resta del sexenio. ¿Y qué esperaban? 

 Primero persiguen judicialmente a legisladores de oposición y luego se hacen las víctimas. El trabajo legislativo requiere del respeto a las diferencias; la persuasión racional y la negociación para compaginar intereses diversos les son consustanciales. Pero eso es lo que ha negado la mayoría parlamentaria durante el presente sexenio. En lugar de generar acuerdos, optan por aplicar la plancha y, cuando necesitan los votos de otros grupos por tratarse de cambios constitucionales, intimidan y amenazan. 

 ¿Cómo sentarse a negociar reformas con quienes pretenden encarcelarlos? Eso sería admitir el más burdo y pernicioso chantaje. Es verdad que la acusación es tan absurda y contraria al marco constitucional que ni con el más carnal de los fiscales podría proceder, pero así lo hayan hecho con afanes propagandísticos, cruzaron una línea roja. Judicializar las diferencias es un despropósito en cualquier parlamento del mundo porque cierra la puerta a la política y contamina cualquier discusión; las razones dejan de importar cuando aparecen las represalias. 

El presidente López Obrador se queja de la anunciada moratoria constitucional, alegando que los diputados se rehúsan a trabajar y cumplir sus funciones. Sin embargo, tal y como dice el multicitado verso de sor Juana, olvida que es “la ocasión de lo mismo que culpáis”. Él ha dado públicamente instrucciones a los legisladores de la coalición oficialista: “No le muevan ni una coma”. Esa orden la cumplieron incluso en la aprobación del Presupuesto, lo cual es facultad exclusiva de la Cámara de Diputados. 

 Quienes convirtieron en oficialía de partes al Poder Legislativo se indignan porque los opositores anuncian que no van a bailar al son que les toque el bully. Pero lo cierto es que, dada la frivolidad con la que modificaron la Carta Magna en el primer trienio de esta administración, da tranquilidad saber que van a preservar la Constitución, la cual debe expresar los grandes acuerdos de un país plural y diverso. Ahí tiene que predominar la visión de largo aliento y no ser degradada a instrumento de propaganda ideológica del gobierno en turno. 

 En concreto, sobre la mesa sólo hay dos iniciativas de reforma constitucional que le interesan al titular del Ejecutivo: establecer la militarización permanente de la Guardia Nacional y, por tanto, de la seguridad pública del país, echando por tierra el acuerdo logrado a principios del sexenio con el propio mandatario, y la muerte del INE para dar paso a un organismo de autonomía simulada que sería controlado en los hechos por el gobierno, lo que sería un grave retroceso de tres décadas. El oficialismo carece de votos suficientes para aprobarlas y no está mal quitarles la tentación de conseguirlos mediante el palo y la zanahoria. 

 El soborno y la extorsión debieran ser ajenas de las prácticas parlamentarias, pero las acabamos de constatar en la reforma eléctrica. Y ya no me refiero a las mencionadas denuncias penales contra quienes osaron oponerse a la voluntad presidencial, sino a otros hechos igualmente públicos y que también atentan contra la independencia de un poder de la República. 

Un diputado decidió votar con el oficialismo cuando estaban por ratificar a su padre como embajador. Manuel Velasco transmitió la advertencia que por su persona le envió el jefe del secretario de Gobernación al presidente del PRI, Alejandro Moreno: si ese partido no aprobaba la reforma, se irían “con todo” en su contra. Al mes, cierta gobernadora de Morena empezó a difundir grabaciones ilegales que comprometen su carrera política. Entiendo lo escandaloso del contenido, pero no lo conoceríamos si hubiera acatado la instrucción. 

 Es muy importante contar con un Poder Legislativo vigoroso, activo, independiente. Para ello necesita romper con el cordón umbilical de la Presidencia. Quizás el próximo sexenio, de los ciudadanos depende.

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