Renuncia a Movimiento Ciudadano
Por: Luis F. Fernández | Animal Político
Aunque los partidos son y seguirán siendo las vías de acceso al poder público, es importante que en ellos la prioridad sea siempre mejorar la calidad de la representación y no solo la captura de puestos.
El 30 de junio fue mi último día en las filas de Movimiento Ciudadano. Me voy agradecido con el partido y especialmente con las organizaciones, movimientos, colectivos y personas que confiaron en mí y en el equipo de la Secretaría Nacional de Movimientos Sociales para construir agendas desde las causas por las que trabajan en el día a día. Me voy agradecido por la amistad y cariño de personas que admiro y con las que comparto ideales y convicciones y por las gratas experiencias con las candidaturas ciudadanas que acompañamos en estos dos años. Hay grandes personas en Movimiento Ciudadano que luchan por construir una alternativa para sus comunidades, para legislar o para repensar e impulsar alternativas de política pública para el país. Para quienes lo hacen desde la convicción, todo mi reconocimiento.
A casi dos años, me voy con reflexiones profundas sobre los retos de nuestro sistema político y sobre la crisis de representación que enfrentan la mayoría de las democracias del mundo. Participé en dos procesos electorales desde los espacios de dirigencia y fui testigo de las enormes limitaciones que tienen los partidos políticos para convertirse en lo que este país necesita de ellos. Las reglas y los incentivos están desalineados. La vida interna de estas instituciones deja mucho que desear cuando la disciplina partidista y el pragmatismo limitan los espacios de imaginación, participación, e inclusión política.
Vale la pena notar que, aunque los partidos son y seguirán siendo las vías de acceso al poder público, es importante que en ellos la prioridad sea siempre mejorar la calidad de la representación y no solo la captura de puestos y presupuestos que concentra y centraliza el poder. Los partidos políticos son las instituciones peor evaluadas en prácticamente todos los índices de confianza institucional en América Latina. Según datos de Latinobarómetro de 2020, en México alcanzaron una tasa de confianza de solo 13%, mientras que en Chile, que vivió un levantamiento popular en 2019, apenas un 7% confiaba en ellos en 2020.
Esta crisis de legitimidad representa un problema para todo nuestro sistema político. El desprestigio de los partidos se debe a su desvinculación total de la ciudadanía más allá de los procesos electorales y a su incapacidad de resolver graves problemas estructurales. Además, los partidos han perdido la confianza de la ciudadanía en su capacidad para dar cauce a agendas, causas o promesas y han mostrado serias limitaciones para institucionalizar la vida —y la acción— partidista. Todas estas brechas pueden y deben cerrarse.
Los partidos deben dar la bienvenida a nuevas personas militantes con la mejora de procesos internos de bienvenida, integración, consulta, deliberación y participación de simpatizantes, así como con procesos claros de identificación, formación y selección de candidaturas. En pocas palabras, hace falta formación, transparencia y horizontalidad. Este es apenas uno de los grandes retos que enfrentan hoy los partidos y estoy seguro de que hay quienes estarán a la altura.
Después de 22 meses de contribuir con mi tiempo, esfuerzo y capacidad para construir esta alternativa socialdemócrata, mi camino ahora apunta hacia otro lado. Estoy convencido que la lucha por la democratización del poder político debe exigirse y erigirse desde fuera de los partidos políticos; de lo contrario, el instinto de autoconservación repetirá los mismos errores y vicios que se desprenden de la lucha del poder por el poder y no de la capacidad para resolver problemas públicos. Las diferentes crisis de nuestro país demandan reimaginar nuestros acuerdos sociales y reconstruir nuestro sistema político. Tenemos que arar la tierra para sembrar las semillas que transformarán todo: desde la construcción de los consensos necesarios para acabar con la violencia, hasta el impulso de grandes reformas estructurales para combatir el cambio climático, mejorar no solo el acceso sino la calidad de los servicios básicos de salud, seguridad y educación, y construir juntxs un país que combata de fondo las desigualdades y asegure la vida digna de sus habitantes. Este es el México por el que he luchado toda mi vida, el México donde todxs podemos ejercer nuestros derechos.
La democratización del poder es urgente. Yo hoy veo otra alternativa para lograr ese México de derechos, ese México en el que quiero que mis hijas vivan todas sus libertades. Regreso a mis orígenes, a la sociedad civil, para contribuir a la construcción de ese México, el que exige que el avance de los derechos sociales reanude su marcha hacia la igualdad, el respeto, la dignidad y la paz. Esta lucha se puede dar dentro y fuera de los partidos políticos. Y, aunque los espacios de participación de los partidos están seriamente limitados, la situación fuera de ellos es aún peor. Miles de liderazgos históricamente excluidos en todo el país luchan día con día por exigir sus derechos e impulsar agendas que no siempre encuentran eco, marginalizados por el Estado y por sus instituciones.
Mi apuesta y la de un grupo extraordinario de personas es trabajar de la mano con esos liderazgos y reconstruir la confianza persona por persona, comunidad por comunidad, para volver a hilvanar el tejido social y articular las causas comunes que nos lleven a crear, desde abajo, un nuevo consenso social para México. Es momento de construir ese país multicultural desde la pluralidad y desde nuevos acuerdos sociales que incluyan a todxs, es momento de regresar a los orígenes y construir en colectivo ese país que todxs soñamos