Revanchas o reconciliación

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Revanchas o reconciliación

Por: Mauricio Farah | El Universal

Fotografía: El Universal

Aunque los partidos son y seguirán siendo las vías de acceso al poder público, es importante que en ellos la prioridad sea siempre mejorar la calidad de la representación y no solo la captura de puestos.

Luego de 95 años de vida, 52 de lucha, 27 de cárcel y seis de presidente, Nelson Mandela nos legó un largo listado de enseñanzas.

Por ejemplo, que la resignación no es buena consejera para quien padece injusticia, segregación o persecución.

Que es posible soportar y superar lo inimaginable y mantener la esperanza, el buen ánimo y la fuerza interior para dar la pelea por una gran causa. Sólo así puede entenderse que Mandela haya pasado 27 años en la cárcel, desde los 45 hasta los 72 años de edad, y haya salido con la energía necesaria y la voluntad imperturbable para continuar la batalla por la igualdad de derechos y en contra de cualquier tipo de discriminación racial.

Que se puede y debe sortear la tentación de la solución fácil en beneficio de causas mayores, como cuando rechazó la liberación que le fue ofrecida con la condición de que abandonara su lucha.

Que no debe juzgarse a una persona por las veces que se ha caído sino por las veces que se ha levantado.

Pero quizá sus enseñanzas más grandes sean aquellas que nos dio luego de recuperar la libertad y ganar la presidencia de Sudáfrica.

Se le habían arrebatado 27 años de vida en libertad y había padecido todo el peso del Estado sobre su vida y la de su familia, amigos y compañeros de lucha, así es que algunos querían que por fin fustigara a sus opresores y persiguiera a sus persecutores. Había llegado el momento de la venganza.

Pero en lugar de ello, Mandela anunció que había llegado el momento de curar las heridas, de salvar los abismos, el momento de construir y de que los sudafricanos actuaran como un solo pueblo.

Invitó a sus custodios a la toma de posesión y pidió a los servidores públicos, que ya se veían en la calle, que permanecieran en sus puestos porque que los necesitaba a todos.

Mientras gran parte de los sudafricanos negros, que constituían el 80 por ciento de la población, exigían que ahora se apartara a los sudafricanos blancos, que equivalían al 20 por ciento restante, Mandela dio representación y acceso a todos y creó un marco legal de democracia multirracial.

A quienes querían privar de voz a los opositores al nuevo gobierno, les mostró que un líder debe fomentar y agradecer el intercambio de opiniones libre y sin restricciones, y que no debe olvidar que el principal objetivo de un debate es que los pueblos salgan de él más fuertes, unidos y seguros que nunca.

Muy pocos han llegado como Nelson Mandela con un escenario tan propicio para la revancha desde el poder, pero supo pensar en grande. En la victoria, y frente a quienes clamaban venganza, optó por la reconciliación.

Las grandes lecciones siempre son oportunas. Aprendamos de Mandela. Optemos por la reconciliación y no por el intercambio de culpas. Encaminemos nuestras energías y esfuerzos a apoyarnos y enfrentar los desafíos del país en busca de un México en paz, con progreso, cada vez con menos pobreza y más justicia.

Las culpas del pasado y los reclamos al presente no cimientan el puente hacia el futuro que queremos y debemos heredar a nuestros hijos. Llevamos más de dos décadas quejándonos y acusándonos. Demos un giro de inmediato. Dejemos de ser la generación de los reclamos y heredemos a las siguientes el hábito del diálogo y de los acuerdos para la construcción nacional en equipo.

Este es el objetivo esencial, pero podemos ganar algo más: que en lugar de que los niños y los jóvenes de hoy nos volteen a ver como quienes sembramos división y encono, nos vean como aquellos que tardíamente, pero aún a tiempo, fuimos capaces de cambiar y de reconciliarnos a fin de entregarles un país grande, unido y viable.

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