La semana pasada se anunció la puesta en marcha de una nueva fase de la reforma educativa que ha impulsado la administración desde 2019, a partir de la reforma del artículo 3 de la Constitución, con el nombre de Nueva Escuela Mexicana (NEM), y que busca promover un aprendizaje más inclusivo y equitativo, promoviendo diversos valores entre los estudiantes, a través del Plan de Estudios de Educación Preescolar, Primaria y Secundaria, que iniciará su implementación con una prueba piloto en al menos 30 escuelas por entidad federativa, durante el ciclo escolar 2022-2023. En los documentos que están en revisión se hace énfasis en la intención de buscar un enfoque comunitario, que articule lo común a partir de lo diverso. El plan realiza una crítica al modelo educativo instaurado en la década de 1990, señalando que el país “acordó transformar su política pública nacional teniendo como referente el programa ideológico, económico, político y social neoliberal”. Este planteamiento simplifica el reto que tiene el país, sobre todo después de una pandemia que ha afectado al sistema educativo y sus participantes, esta situación deberá considerarse como punto de entrada para realizar una reforma al sistema de enseñanza.
La pandemia ha dejado muchos saldos negativos en la educación, gran parte de la población escolar requiere reentrenarse para enfrentar los retos de la nueva realidad económica y social. Se requiere considerar que el mundo cambió, la situación socioeconómica de miles de mexicanos se deterioró como resultado de la pandemia, la falta de asistencia a las aulas deterioró la capacidad de diálogo de cientos de estudiantes, así como sus capacidades analíticas. Paradójicamente, en tanto el encierro se daba, nos enfrentamos a un deterioro de las condiciones medioambientales, salimos de la crisis con una crisis medioambiental que no se había registrado en otras pandemias y como parte de la reforma educativa tenemos que reconocer que estamos agotando la biocapacidad del planeta.
La globalización y las redes sociales han hecho que el mundo sea mucho más accesible que nunca. Al mismo tiempo, el crecimiento de la disparidad de ingresos ha creado aún más enclaves separados en la población del planeta. El mundo de hoy es de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. En esta perspectiva, la educación que estamos brindando debe, por lo tanto, cambiar radicalmente. Los cambios tecnológicos, demográficos, sociales, ambientales, económicos y políticos obligan a redefinir cuál debe ser la estructura educativa del México del nuevo siglo.
Qué privilegio educar pero qué responsabilidad también. Las decisiones que se tomen pueden ayudar a configurar la forma en que actúan para el futuro los jóvenes mexicanos. Así como el educador nutre el conocimiento, las habilidades y las disposiciones del alumno, y lo ayuda a lo largo del camino hacia la madurez, el educador debe abrir su mente al mundo con las nuevas perspectivas de la juventud. Podríamos conceptualizar dinámicamente gran parte del presente y el futuro del mundo de maneras innovadoras si los adultos pudieran abrazar la vitalidad, la curiosidad, la esperanza y la sed de oportunidades que caracterizan las mentalidades de crecimiento en oposición a la mentalidad fija de cierre y juicio que, desafortunadamente, distinguen gran parte del mundo de los adultos.
Los estudiantes se enfrentan hoy a la educación conectados al mundo en forma permanente a través de sus celulares, ideas iconoclásticas son rechazadas, el mundo cambió por lo que requerimos adaptarnos a esta nueva realidad de interacción de la mejor forma, con una visión de un mundo que mezcla reflexión e introspección y no se deja absorber por visiones tradicionales. Meditación y reflexión debe ser punto de partida de la nueva enseñanza. Debemos mediar con sensatez la interferencia de las nuevas tecnologías en la vida de la persona promedio. Debemos enfatizar la idea de singularidad del ser humano, enfatizando aquellas facetas de la humanidad que son exclusivamente humanas y que la inteligencia artificial no puede asumir.
Los nuevos libros de texto que se proponen deben incentivar una visión más amplia del mundo que dé cuenta de los cambios tecnológicos, demográficos, sociales, ambientales, económicos y políticos, todo esto nos obliga a pensar que nuestra estructura educativa debe ser inclusiva y capaz de recrear las nuevas realidades que enfrenta el mundo de crecimiento de la disparidad de ingresos que ha creado aún más enclaves separados en la población del planeta, en donde la globalización y las redes sociales han hecho que el mundo sea mucho más accesible que nunca. En el centro de este torbellino está el joven que mira hacia el centro del futuro. En cada niño, existe la promesa del adulto poderoso, ético, creativo, crítico y comprometido en el que se convertirá.
En este sentido, los cambios al patrón educativo que se propone deben nutrir el conocimiento, las habilidades y las disposiciones del alumno de forma de conceptualizar dinámicamente gran parte del presente y del futuro del mundo de maneras innovadoras. El gran reto es que los maestros de esta nueva generación abracen la vitalidad, la curiosidad, la esperanza y la sed de oportunidades que caracterizan las mentalidades de crecimiento, en oposición a la mentalidad fija de cierre y juicio que, desafortunadamente, distinguen gran parte de la estructura gubernamental.