Por: José Luis Valdés | El Excelsior
La política exterior mexicana se quedó sin rumbo. No hay ni siquiera una teoría que la pueda sostener —ni la del pragmatismo—. Es tierra de nadie —en manos de moneros y plumas mercenarias de la peor ralea y de un caudillo errático y atormentado— y el Estado mexicano la ha dejado morir y también lo mejor de la política internacional que este país tuvo alguna vez.
Es una pena el triste y pasivo papel de Ebrard en la maniobra de Palacio de convertir —presumo— al conjunto del equipo de exteriores en párvulos de favela. Lo último, como perla dominante, su selfi en el sepelio de la reina Isabel II. El centro racional de decisiones se ha resquebrajado. El espacio decisional que le daba rumbo profesional y cohesionado desde la articulación sistémica de sus funcionarios, a las decisiones de política exterior, ha quedado expuesto desde hacer cuatro años a los impulsos autoritarios de la 4T, que han impedido a la Cancillería, con el beneplácito de su titular, a hacer política exterior. El servicio exterior mexicano, alguna vez un todo profesional, ha sido víctima mortal de un embate del sector más radical e ignorante de Morena. Han convencido al Presidente con quimeras —como si éste no fuera igual de mediocre en su concepción del mundo—. Y lo han hecho avanzar en una línea de decadencia que es probable que el conjunto de la diplomacia mexicana y el país todo no se puedan quitar de encima en décadas. Lamentable, tratándose del servicio profesional de carrera más completo del país.
Y esta trampa fue hábilmente ideada y construida para hacer posibles iniciativas personales del Presidente —sin previo aviso—, que se han quedado en la categoría de quimeras de política exterior. La última de estas iniciativas fue la propuesta de paz en Ucrania que AMLO lanzó a los cuatro vientos el 16 de septiembre. Esta ocurrencia por la paz, que sin duda tendrá un nulo impacto, estuvo a punto de descarrilar los dignos esfuerzos de nuestra representación en la ONU, para proponer medidas constructivas para la solución del conflicto y ocupar de pasada un lugar digno en el debate que se ha llevado a cabo en el seno de Naciones Unidas. ¿Por qué tendrá nulo éxito esta iniciativa de paz? Primero, por el oportunismo que esta ocurrencia implica. Por la forma en que se hizo y por los varios actores involucrados que dejó de consultar el Presidente. En primer lugar, el discurso, hasta donde sabemos, no fue preparado por la Cancillería ni avisado su titular por parte del Presidente (un sapo mayor que Ebrard tuvo que tragarse de nuevo): el centro racional de decisiones quedó de nuevo atrapado y rebasado por la irracionalidad del actor estatal por excelencia en la conducción de la política exterior: el jefe del Ejecutivo. Esto implica haber dejado fuera de una iniciativa de enorme envergadura, a un buen número de funcionarios del gobierno y del servicio exterior mexicano, pues no cuenta con el consenso de los encargados de la política exterior del país. Es otro capricho del Presidente.
En segundo lugar, la selección de los invitados, a los cuales no se consultó a priori (los tres en sepulcral silencio, al día de hoy). Las inconsistencias son muchas: se invita al secretario general de la ONU a ser mediador, al tiempo que se le mienta la madre a la organización (y a su Consejo de Seguridad, del cual México es parte propositiva) por ineficaz. Se invita, a su vez, al primer ministro de India, cuando es un aliado cercano de Moscú. Y se convoca al Papa a mediar en un conflicto entre dos naciones en las que domina el cristianismo ortodoxo. Por último, se ignora el derecho internacional cuando no se condena a una potencia invasora por sus actos de intervención, sólo se le reprueba y no atina AMLO a condenar sus acciones. Además, pedir la solicitud de tregua en un punto del conflicto en que Ucrania va a la contraofensiva y Putin en retirada es un despropósito.
Se entiende que el principal asesor de Zelenski haya acusado a este plan de ser un “plan ruso”. Inconsistencia y soberbia por el lado que se le mire. Es el estilo de la 4T. Ante la decisión de recular (forzado por nuestra realidad norteamericana y de seguro por presiones de Washington) en la intención de emitir su anunciado discurso antiyanki, AMLO pasó, de esa cursilería, a ésta otra, que se pensó para consumo interno: no poder envolverse en la bandera contra Washington, al menos podía pasar como un emisario de la paz en un conflicto, del cual, él y sus asesores estrella no tienen ni idea. La soberbia de un solo hombre y su séquito, le vuelve a ganar a la agónica democracia. El país está sin rumbo.