2024

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Por: Juan José Rodríguez Prats | Excelsior

Fotografía: El Heraldo de Tabasco

El Presidente ha cumplido su palabra. Ha hecho historia, muy triste, por cierto. En los indicadores de políticas públicas no hay un solo dato en el que México haya avanzado. No se podrán revertir los resultados de una gestión plagada de improvisaciones e irresponsabilidades en el resto de su mandato.

Las elecciones de 2024 son de la mayor trascendencia. Asombran las obviedades en las que se incurre: “Los partidos deben acercarse a la ciudadanía”. Algo similar sería: “Los empresarios deben obtener utilidades”.

Hace muchas décadas, Efraín González Luna, uno de los fundadores del PAN, escribió: “Nuestro mayor problema es la deserción del deber cívico”. Parto de una convicción: no creo en las encuestas. Me parecen un ejercicio manipulable y oportunista. La propuesta de una elección primaria abierta a toda la ciudadanía es una quimera.

Los partidos han de acatar sus ordenamientos internos y postular a sus candidatos a los diferentes cargos de elección popular. Buscamos maneras de evadir deberes. Cada organización tiene principios conforme a los cuales deben conducir y diseñar mecanismos para que sus militantes manifiesten sus preferencias. Ahí está la primera tarea. Los electores valoran la congruencia entre el decir y el hacer, y la calidad de los personajes postulados. Cuando los partidos fallan en esas prácticas, provocan desmoralización y repudio a la política. Una de sus consecuencias es el surgimiento de personajes mesiánicos, supuestamente impolutos, que se ofrecen como soluciones mágicas. ¡Cuidado! Es un señuelo que ha provocado el extravío de pueblos, ocasionando regresiones al autoritarismo y a la ingobernabilidad. Sebastian Grundberger, de la Fundación Konrad Adenauer, escribe sobre tres casos frecuentes: “El caudillo lleva a la supresión de derechos y libertades, la calle en la hipermoralización política y la justificación de la violencia y el tinder (una especie de mostrador de ofertas con las nuevas tecnologías) político a la hiperfragmentación y la debilidad institucional”.

En la fundación de mi partido político, Acción Nacional, después de aprobar sus documentos básicos (septiembre de 1939), se discutió si se apoyaba a Juan Andreu Almazán, que ya iniciaba su campaña a la Presidencia de la República en oposición al partido oficial. Manuel Gómez Morin lo había tratado y no lo consideraba idóneo. Sin embargo, perdió en el debate y la convención aprobó su candidatura. Don Manuel, en una hábil maniobra, propuso que cada quien lo apoyara en lo individual, pero que no se le ofreciera la candidatura. A eso se debe que no se haya registrado oficialmente su postulación. Seis años después se le ofreció a un personaje no panista, pero gran pensador y con una sólida autoridad moral: Luis Cabrera, quien, a pesar de considerar la invitación un alto honor, declinó por su avanzada edad.

De lo dicho se desprenden dos lecciones: uno, no se trata de postular a quien sea con tal de ganar; dos, si hay alguien que no forme parte de su membresía, pero tiene méritos suficientes, asumir la decisión de ofrecerlo como opción a la ciudadanía. Tampoco en ese año el PAN participó en el proceso. Lo hizo en 1952 con un gran mexicano de probada honestidad y preparación: Efraín González Luna. Gran comienzo de una institución en su lucha por contender por la Presidencia de la República.

Estoy convencido de que el PAN tiene personas valiosas en sus filas. Con los antecedentes relatados, debe hacer un proceso interno para elegir candidatos a todos los cargos en disputa. No rechazo las alianzas y la apertura a quienes, con merecimientos, se sumen a la lucha. Eso ya se definirá en el futuro. Hoy lo indicado es apegarse a sus ordenamientos y hacer un gran trabajo político de operación interna para consolidar una plataforma de lanzamiento. El tema da para mucho, continuaremos.

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