Por: Cecilia Soto| Excélsior
El título es preciso: Luiz Inácio Lula da Silva ganó por cuatro puntos —aproximadamente cinco millones de votos— la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil y en la segunda vuelta, el próximo 30 de octubre, tendrá que batirse nuevamente contra el presidente Jair Bolsonaro. Pero también es cierto que cuando se terminen de contar los votos, es probable que el bolsonarismo haya ganado las elecciones legislativas, con un número importante de triunfos de candidatos al Senado, a la Cámara de Diputados y a diversas gubernaturas. Muchos de estos candidatos son abiertamente aliados a Bolsonaro o que tuvieron que recurrir a su ayuda para ser electos, como es el caso del exjuez Sergio Moro, azote de Lula y el PT en la Operación Lava Jato, ahora electo senador por el estado de Paraná.
La democracia de Brasil es relativamente reciente. Después del golpe militar de 1964, con su secuela de desaparecidos, censura, represión, torturas, etcétera, Brasil inició su democratización en 1985 y aprobó una Constitución progresista en 1988. De 1994 a 2002, tuvo un presidente socialdemócrata, el brillante sociólogo, Fernando Henrique Cardoso, a quien siguió Lula. Digamos que después de esta breve cronología se explica que ser de derecha en Brasil no era muy bien visto. Quiénes sí lo eran, como sucede con el poderoso y pujante sector del agronegocio, su extremismo estaba contenido y acotado tanto en el Congreso como en las gubernaturas. Pero algo cambió ayer. Lo que nos dicen los votos de las elecciones del domingo, es que Jair Bolsonaro logró que la derecha saliera del clóset y se posicionara como una fuerza de peso y densidad tanto en el Congreso como en las gubernaturas.
Después del ridículo protagonizado por las principales casas encuestadoras habrá que tomar sus proyecciones para la segunda vuelta con un kilo de sal. Aun así, creo que Luiz Inácio Lula da Silva logrará elegirse. Para ello, negociará con Simone Tebet, la candidata del PSDB, precisamente el partido de Fernando Henrique Cardoso, que alcanzó una votación de casi 5 millones de votos (4.17 por ciento) y con Ciro Gomes, cacique del PDT, de orientación también socialdemócrata, con 3.5 millones de votos y 3 por ciento de la votación. Los candidatos presidenciales, alineados con Bolsonaro, sólo lograron 1.4 millones de votos o el 1.2 por ciento.
Ambos candidatos buscarán votos extras, ofrecerán puestos en el gabinete, reformas legislativas o cambios significativos en la forma de gobernar. Aunque Lula es claramente progresista y dueño de una simpatía arrasadora y de un gran carisma, no se considera un predestinado ni pierde el sueño por ganar un lugar en el despoblado panteón de héroes de Brasil. Experto negociador desde su experiencia como líder sindicalista, perfeccionada en sus dos presidencias, Lula será el primero en llegar a la conclusión de que los resultados electorales exigen un cambio de estrategia, especialmente en el tema del combate a la corrupción y al manejo de la economía. Los diez puntos de diferencia con Bolsonaro que no llegaron al PT, representan a los escépticos, precisamente en esos temas.
El contexto internacional es radicalmente diferente al de sus triunfos en 2002 y 2006. La desaceleración de la economía china, que requiere menos importaciones de alimentos y materias primas desde Brasil, el encarecimientos de los energéticos y el caos en las cadenas de abastecimiento, requieren que la amplia y diversificada base industrial y agrícola de Brasil retome su dinamismo, iniciativa y agresividad. Los estrategas de la campaña del PT calcularon que para ganar en la primera vuelta, no era necesario exponer el programa económico de una nueva presidencia. Calcularon mal. Lula se limitó a repetir líneas demasiado generales. El periodo de la segunda vuelta será aún más polarizado que la elección pasada, pues Bolsonaro ya no ve imposible el triunfo. Lula se verá obligado a presentar propuestas de gabinete y de estrategia económica para crecer y dinamizar nuevamente la movilidad social en Brasil, que fue el sello de su primera presidencia.
Para quienes insistían en el análisis simplório de “la ola de izquierda que toma a América Latrina” recomiendo que se sienten y se midan la presión. Política es algo más complejo que oscilaciones pendulares. La derecha venció en el Senado, donde logró elegir a ocho exministros de Bolsonaro. En la Cámara de Diputados, varios de los candidatos bolsonaristas recibieron la mayor cantidad de votos en sus estados. En estados claves como Rio de Janeiro, Minas Gerais y sobre todo São Paulo, la izquierda perdió o quedó en segundo lugar. El PSDB casi desaparece y el propio PT no logra presentar una imagen renovada.
La democracia está bajo ataque tanto en Brasil como en México, con variedades no tan diferentes de populismo. Aprendamos las lecciones: que no solo decidan los partidos. Decidamos nosotros qué queremos para México.